Al pensar en Olga Lucía, en “Ronda que ronda la ronda” y en su recopilación, nos sorprendemos al zambullirnos de lleno en un universo creativo, comunitario, lúdico y popular.
En él, se devela la enorme riqueza de cómo nuestras diversas regiones, inventan desde antaño, formas melódicas que integran los cuerpos en movimiento, con cantos y coplas que se juegan de manera colectiva, y que alegran los espacios de convivencia.
Su memorable rescate es de un indudable valor, como de ello da cuenta y fe, Guillermo abadía Morales, renombrado erudito del folclor y la cultura popular, de quien Olga Lucía, funge y brilla como una apreciada y adelantada alumna.
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Bien nos señala la autora en su investigación que la ronda es el paraíso que, con divertido encanto, merodean los niños en sus juegos. Jugar y cantar es una manera hermosa de disfrutar la vida y el mundo.
En ese sentido, nuestra momificante y neurótica cultura adulta nos cohíbe y censura, cuando se piensa que jugar es hacer el ridículo y, por ello, nos privamos de liberar una energía sensitiva que crea puentes con muchos otros y restablece con emoción, una armonía no autoritaria en la que cada yo es la parte festiva de un poderoso nosotros.
En nuestras enormes metrópolis atomizadas y fragmentadas, la ronda tiende a no encontrar su lugar y sus espacios, es cada vez más abrumador ver cómo las ciudades están más hechas para los carros que para los niños. La ronda en ese sentido pertenece al aire libre y a las calles que ya no son para los niños.
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Por otro lado, la ronda hija de la tradición tiende a ser olvidada. Razón por la cual, encontrar cultores y espacios para su recuperación es a todas luces urgente.
El puente generacional está quebrado, es más que necesario restablecerlo y curarlo, en beneficio de los niños y la imaginación. La expresión libre de los juegos nunca gozó de tan maravillosa vitalidad como en la ronda infantil.
Ella es una oda eterna a la alegría colectiva, ritualmente sumergida en ese espacio sagrado del círculo mágico. Olga Lucía, es esa sacerdotisa devota de su canto alegre, quien viene a refrescarnos y a devolvernos la sed de su memoria.
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En feliz comunión la evoco, con esta ronda nada redonda de mi nada original invención, de la cual me temo, van a sospechar y rememorar.
con quién la rescataremos
Que cada uno de nosotros
La va a acompañar.
Estando la Olga un día, dividí
Cogiendo papel y lápiz, dividí
Para escribirle a todos, dovodó
Y ese todos le contestó: Que sí, que no,
Arroz con leche me quiero enfiestar
Con una Olguita de la capital
Con una rondita bien especial.