Olegario M. Moguel Bernal: El hombre de las cinco estrellas - Diario de Yucatán

2022-10-08 20:53:32 By : Ms. judy zhu

Por razones de carácter nómada, cumplí la obligación —¡ah, qué penosa al principio y qué gozosa en el trayecto!— del servicio militar en el batallón de guardias presidenciales, dentro del entonces complejo presidencial de Los Pinos.

Para llegar al cuartel, los conscriptos cruzábamos a pie el bosque de Chapultepec. Cubrir ese trayecto en la quietud de las seis de la mañana era un bello espectáculo que el frío, que en otoño calaba hasta los huesos y en invierno hasta el alma, impedía disfrutar a plenitud.

Todas las mañanas, después del pase de lista y los honores de rigor a la bandera, nos conducían al comedor a desayunar un huevo semirevuelto frío, sin sal y a medio cocer, acompañado de un agua al parecer natural de sabor indescifrable. Un bollo duro completaba el delicioso manjar, que disfrutábamos apiñados en unas mesas largas, mobiliario de barraca.

Al entrar en el comedor, enorme, una imagen en gigantografia nos observaba con rostro adusto. Era el retrato del comandante supremo de las fuerzas armadas y presidente de la República, con gorra militar, escudo nacional dorado al frente y las cinco estrellas que solo tal personaje porta como blasón. En aquella remota fecha, el rostro correspondía a Miguel de la Madrid Hurtado.

Era de destacar la casi veneración que la tropa rendía a la imagen. Si un conscripto tenía la osadía de ignorarla al entrar en el comedor, el sonoro golpe en la cabeza con la palma de un soldado llegaba en forma instantánea. Alguna vez lo experimenté. Lo atribuí a la cercanía con la casa presidencial. Qué tal si un día pasa por aquí el “preciso” y ve que lo ignoramos, pensaba. Más tarde supe que esa veneración es general en todos los cuarteles.

Herencia del porfiriato, las fuerzas armadas han rendido lealtad inequívoca al mandatario, con sus excepciones que derramaron sangre y enturbiaron la vida nacional. En términos generales, la milicia se ha alineado con el presidente en turno, esa figura venerable.

Manuel Ávila Camacho, último presidente de la estirpe militar, entregó junto con el cargo, el mando de las fuerzas armadas a un civil. El monolito institucional que era el PRM-PRI durante esa transición evitó confrontaciones y apaciguó ánimos castrenses que quisieran continuar con galones en la presidencia, esfuerzos encabezados por nada menos que el hermano del saliente, el general Maximino Ávila Camacho.

El hermano incómodo —Raúl Salinas no fue el primero en encajar en ese clasificación— había despachado con el gobernador de Puebla, donde fungió más bien como dueño del estado y fue ahí donde se convirtió en una especie de padrino del joven abogado de nombre Gustavo Díaz Ordaz, un gallo al que el general le vio espolones.

Solo la muerte pudo frenar el empeño de don Maximino por suceder a su hermano y continuar con una presidencia de mando militar. Fue una muerte, por lo demás, en condiciones harto extrañas: una gastroenteritis que se agenció tras una comida con un grupo político se complicó y lo llevó a la tumba. ¿Envenenamiento? Nunca se supo, pero mucho se especuló. Se decía que Miguel Alemán llegó al cargo con ayuda de la muerte.

Fue Alemán Valdés (1946-1952) el primer presidente civil de México desde el apóstol Madero y a partir del veracruzano la presidencia ha estado en manos civiles. Esto representa un gran poder y una mayor responsabilidad del ocupante del poder federal.

Llegados a este punto, vale decir que el ejército no se ha rajado en su apoyo al comandante supremo, con las bondades y los peligros que ello representa.

La vida castrense en las últimas décadas en México había sido de carácter reactivo para atención de las necesidades de la población, en especial por desastres naturales. También tenían entre sus encomiendas el decomiso y quema de sustancias de uso prohibido. No fue sino hasta que Felipe Calderón decidió darles funciones persecutorias que comenzaron a tomar las calles. Fue, pues, Calderón, un presidente militarista. Visto así, no es descabellado asegurar que con la preponderancia que le ha dado al ejército en numerosas tareas, Andrés Manuel López Obrador es el más calderonista de los presidentes. El tabasqueño está continuando, corregido y aumentado, el legado del michoacano.

El actual ocupante del poder les ha asignado lo mismo tareas de cancerberos de las puertas del país que de policías y constructores, entre muchas otras. Hacemos votos porque AMLO no siga los pasos del famoso “Negro” Durazo, quien asignó policías para construir su Partenón en el Ajusco y les hizo una gran fiesta… el 3 de mayo, día de la Santa Cruz. La fiesta de los albañiles.

El apoyo del Ejército a un régimen tiene muchas caras y en América los ejemplos sobran. No es preciso remitirse a los años de las juntas militares. Veamos al presente. Mañana habrá elecciones en Brasil, entre el presidente Jair Bolsonaro y el expresidente Lula da Silva, la ultra derecha contra la izquierda.

“The New York Times” ha publicado que Bolsonaro cuenta con el apoyo de las fuerzas armadas. La pregunta es ¿qué pasará si pierde? Por lo pronto, ya advirtió que si eso sucede culpará a las máquinas de votación electrónica. Ante eso, ¿qué papel asumiría el Ejército? Lo respaldaría a él o a la democracia. Ya se verá que pasa mañana o, si hay segunda vuelta, el próximo domingo 30.

Similares impulsos llevaron a Donald Trump a un intento marrullero por conservar el poder a costa de la institución electoral y de la democracia misma. Al polémico expresidente, durante todo su mandato, el Ejército le paró los pies.

Cuando en la relación entre el poder civil y el Ejército la prudencia no cabe en el comandante supremo, debe prevalecer en las fuerzas armadas. Pero ¿Y si no es así?

¿Qué Ejército veremos en nuestro país en el 2024? ¿Hasta dónde se llevará la veneración al hombre de las cinco estrellas?— Mérida, Yucatán.

olegario.moguel@megamedia.com.mx

Director de Medios Tradicionales de Grupo Megamedia