Muere Félix Navarro, el fotógrafo de Zamora enamorado de la luz

2022-09-17 11:58:36 By : Mr. Leon Xiong

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Se nos acaba de ir tan sin meter ruido, montado en esa levedad que él llevaba al andar, que duele mucho más. Félix Navarro se murió hace unos días y con él parte de la fotografía zamorana de las últimas décadas. El fotógrafo de la transición, y no hablo de transición política, se ha marchado sin decir adiós, consciente de que su trabajo estará con nosotros muchos años. Del trío histórico de fotógrafos de prensa: Trabanca, Jesús de la Calle y Navarro, ya no queda ninguno, pero la obra de Félix permanecerá mucho más que la de los otros dos, que ha sido comida por la futilidad del bromuro de plata. Supo adaptarse a los nuevos tiempos, a lo digital, y sus imágenes y sus documentales no morirán nunca.

Navarro, que reposa en el cementerio de Coreses, era mucho más que fotógrafo y reportero gráfico, era un enamorado de la luz, un buscador de sombras iluminadas, capaz de aguantar horas delante de un paisaje hasta encontrar su lado bueno. La ermita de San Saturio en Soria aún lo recuerda y se pone guapa, como ese día cuando el rayo de luz se filtró entre dos nubes para iluminar su cúpula. Allí estuvo Navarro medio día esperando hasta obrar el milagro.

No era un retratista, eso no. A él lo que le gustaba era la vida, que las imágenes respiraran, que tuvieran ese aire de improvisación que solo se consigue con horas de reposo. Hasta sus bodas y comuniones tenían un halo distinto, como si estuvieran insufladas de un viento especial. “He casado a media provincia y de la otra media he inmortalizado las comuniones de sus hijos”, decía presumiendo y resumiendo una franja amplia de su existencia.

Él por lo que bebía los vientos era por la actualidad, por la fotografía de prensa, por las imágenes televisivas, por el documental. Nada escapaba a su curiosidad. Vitalista hasta la médula, aun arrastrando ese lumbago que lo traía a mal traer, pateó la provincia, recorrió de pe a pa Castilla y León, conoció todos los pueblos de la comunidad y se enamoró del campo, de la mujer rural y de los pastores.

Amaba tanto la actualidad que hace poco más de un mes, cuando ya el cuerpo agotado por una enfermedad ramificada en mil dolencias no quería más que reposo, se fue a hacer fotos a la calcinada Sierra de la Culebra. La imagen lo define: medio de pie, medio sentado, sujetado a duras penas por su querida Mari Jose, eternizó el paisaje desolado. Algunas de las imágenes nunca llegó a verlas, son su herencia más íntima, más descarnada.

Pionero en el reporterismo televisivo provincial, fue corresponsal de TVE y de varias cadenas privadas durante muchos años. Una de las informaciones que más le impactó fue la muerte de 49 personas, 45 de ellas niños, en el accidente de un autobús escolar que cayó al río Órbigo el 10 de abril de 1979. “Lo pasé muy mal, fue horrible, la cara más fea de la muerte golpeando a los niños, la vida en estado puro”, me dijo muchas veces siempre con la emoción en los ojos.

Las imágenes proyectadas en el telediario tuvieron consecuencias para él. El gobernador civil del momento, da igual el nombre porque la decisión se tomó en Madrid, decretó el destierro de Navarro “por haber grabado imágenes inapropiadas”. La Guardia Civil detuvo – o retuvo- durante unas horas al fotógrafo díscolo y lo llevó a tierra de nadie en la provincia de León. El castigó duró poco porque Félix volvió a Zamora y el hecho no tuvo más consecuencias.

Tenía imán para estar siempre pegado a la noticia. Así ocurrió en Burgos el 1 de julio de 1997, día en que fue liberado Ortega Lara tras 532 días de cautiverio en manos de ETA. Él, que entonces trabajaba para la agencia Efe, fue el primero en dar la noticia, inicialmente a través del interfono de la vivienda, a la esposa del funcionario de prisiones, incluso antes que la Guardia Civil. “Lloré con ella cuando la convencí de que era verdad, de que su marido estaba libre. Nos hicimos muy buenos amigos”.

Así era Félix Navarro, de una elegancia natural, vitalista, siempre omnipresente donde bullía la vida, picador en la mina de las fotografías y las imágenes. Y, claro, ese afán de negociante que también tenía, le hizo montar una tienda a la entrada de la calle de Las Tres Cruces que se convirtió en referente fotográfico. Allí nos conocimos, por allí pasó el aire más narcisista de la provincia, jirones en color de la vida social de los acontecimientos familiares de una época de esperanza para Zamora. Entonces, fue entonces, cuando se hizo sanabrés y se enamoró de los verdes y grises de El Puente

Porque Navarro era tan inquieto que rompió el molde y siempre andaba enfrascado en una tormenta de ideas que lo arrastraba. Zamora se le quedó pequeña en muchas etapas de su vida. Por aquí, por este periódico, pasó unos años con sus cámaras ya digitales que entonces valían un pastón. Y aprendió que los fotógrafos de prensa, además de ser muy buenos en su oficio, tienen que tener un carácter dócil y aguantar ser mandados por todo el mundo, que hay que andar todo el día a la “puta carrera” y sin guion previo.

Cuando dejó de hacer fotos para este periódico, ya entonces firmaba sus imágenes (y las de Mari Jose) como Felmar, lo pasó muy mal. “Me di cuenta de que te quieren o fingen quererte cuando le sirves, me pasó con muchos políticos, pero también con gente de la calle, que algunos me negaban el saludo, ya no era nadie porque no estaba en La Opinión-El Correo”, era una de sus quejas más repetidas cuando hablábamos y hablábamos en los viajes camino de Valladolid.

Estuvo un tiempo trabajando para instituciones gallegas y después volvió a Zamora con las ideas muy claras: se iba a convertir en el vendedor más ilustrado de Castilla y León. Y trabajó como autónomo para la Junta. Y tuvo mucho éxito con sus libros financiados por el Gobierno Regional: “Paisajes del Duero”, “Los pueblos más bonitos de Castilla y León” (varias ediciones), “Castilla y León desde el aire” “El campo de Castilla y León”…

Y se hizo muy amigo de los presidentes Juan José Lucas, Juan Vicente Herrera y de consejeros que pasaron por la Junta durante varias legislaturas regionales. Supo de las miserias de los partidos políticos, sobre todo del PP zamorano y de las guerras intestinas de quienes mandan y quieren mandar. Él, mientras tanto, a los suyo: inmortalizó la figura clásica del peregrino jacobeo, con sombrero y calabaza, que hoy vemos hasta reflejado en esculturas en numerosos pueblos de Castilla y León. Y desbrozó el Duero (su río del alma) desde Soria hasta su desembocadura en Oporto con más de 5.000 imágenes

A Navarro le gustaba también el documental por su fuerza y por ser “transmisor de la realidad”. En “La Transición en Zamora, aires de libertad” (2015) refleja una visión coral de esa etapa histórica y sus protagonistas, sin olvidarse de sus amigos, los agricultores, protagonistas de las “tractoradas” y de las protestas por la reconversión salvaje del campo.

Y en los últimos años se inclinó por las exposiciones fotográficas: “El camino jacobeo mozárabe-sanabrés”, “Pastores en la trashumancia” y “Castilla y León, paisajes desde el cielo”. Este último, como muchos de sus proyectos, repleto de imágenes de su hijo Rafa, a quien adoraba también profesionalmente.

Navarro si algo ha sido en su vida es un magnífico vendedor de Zamora. Le preocupaba mucho la provincia y su proyección turística, sobre la que tenía ideas muy innovadoras. Hace pocos meses se quejaba amargamente de lo poco que aprovecha Zamora su Semana Santa para promocionarse. Fue reconocido en su día con el Premio de Medio Ambiente por una imagen muy singular de los alrededores del Lago de Sanabria.

Trabajé con él y me hice su amigo. Nunca me defraudó. Poco antes de su muerte me ofreció fotos para un texto que estoy escribiendo. Jamás he hablado con nadie, a excepción de mis allegados, con menos filtros. Sé que tu vida, Félix, mereció la pena. Nunca te olvidaré. Zamora pierde a uno de sus mayores defensores y embajadores.

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