La corona del Celia Viñas. El escudo, republicano, de Alfonso XIII

2022-05-21 18:37:51 By : Ms. Ellie Xia

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Premiando la excelencia. Al instituto Celia Viñas se le concedía el pasado 13 de enero la Placa de Honor de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, destacando su relevante labor educativa

La corona del Celia Viñas. El escudo, republicano, de Alfonso XIII. / Sabas Alférez

José Luis Ruz Márquez Almería, 06 Marzo, 2022 - 06:00h

Corre el año 1931. Primavera para media Almería, otoño para la otra. En su cuna, duerme su sueño plácido de recién nacido el escudo de la Escuela de Artes, hoy Instituto Celia Viñas, que al edificio le han colocado el año anterior como remate de obra… cuando alguien surgido de las sombras se acerca y le arranca la corona real para encasquetarle una republicana y el bebé, que ni siquiera se despierta, queda feo hasta para los ojos de su abuela…  con la corona por montera -mucho tiene de plaza de toros fortificada- mueve a risa: como si a un obispo revestido de pontifical le hubieran calado un sombrero cordobés.

El escudo agredido es el completo del rey Alfonso XIII, el mismo que para su dinastía había organizado su cuarto abuelo Carlos III y como tal presenta un blasón central con las armas de Castilla, León, Granada y el familiar de Borbón, rodeado por diez cuarteles de las principales casas reinantes de Europa y a los que la nueva corona se ve, la pobre, obligada a proteger… Pero no crean que el asaltante nocturno se conforma con este cambiazo; cincel y mazo, arranca las tres lises de Borbón y, ya puesto, las de los cuarteles de las casas de Borgoña, de Parma y Médicis-Toscana, unas florecillas que no tienen con las borbónicas otro parentesco que el botánico, mientras deja intactos los palos y águilas de Aragón-Sicilia, la faja de Austria, la banda de Borgoña, los leones de Brabante y de Flandes y el águila del Tirol; nunca sabremos el parecido que aquel cincelador halló entre la lis, que es flor de lirio, y el toisón, que es un carnero, para arrancar este del collar del escudo.

Escudo de Alfonso XII / Sabas Alférez

Un escudo que había sido modelado por un profesor de la propia Escuela de Artes y Oficios -yo creo que Santiago Granados Ruiz- con la colaboraron de alumnos de la clase de escultura entre los que destacó, según me aseguró el doctor Mañas López, su tío Joaquín, hijo de Joaquín López, contratista de la obra… y así, mutilado, convertido en disparate heráldico, queda el blasón rematando el cuerpo central de la gran obra, en modo alguno merecedora de aquel maltrato.

Y es que la Almería "decidida por la libertad"  lo es también "por el cambiazo monumental" y de un modo especial por este que además es político; desde que se inventó lo de ahorcar en efigie, y aún antes, se acostumbra a hacer que los platos rotos por unos los paguen otros, del mismo modo que, descarados, nos anotamos puntos ajenos: a Alfonso XIII -ya moro muerto, fácil de alancear y cuya monarquía había acogido el proyecto y realizado la obra de 1922 a 1930- se le arrebata el mérito con lo que la nueva situación republicana mata dos pájaros de un tiro: elimina la presencia honorífica del rey en la obra a la par que se apropia de ella, con lo feísimo que está eso de firmar el trabajo artístico hecho por otro.

La verdad es que cuando trato de ponerme en el lugar del escudo siento vergüenza ajena, la misma que en su día experimentaron los de la apropiación indebida: no hay más que leer entre líneas para ver cómo fue vergonzante, y mucho, la triste inauguración de un edificio público de importancia por el que Almería había luchado tanto: ni ministro de instrucción pública, ni gobernador, alcalde ni concejal, sin discurso, cohete ni agua bendita. Tan solo hay profesores y alumnos en el inicio mondo y lirondo del curso, el bautizo de tapadillo de un niño hermoso que ha venido al mundo en una casa en la que sus padres andan a la gresca en trámites de divorcio… No seré yo el que proponga, después de más de noventa años, la fiesta bautismal que no se le hizo, pero creo que sí es hora de corrección de horrores sin que ello suponga reivindicación monárquica alguna sino simplemente por devolver lo original a nuestros monumentos para refrescar memoria histórica y deshacer entuertos todos, a la par que hacer propósito de enmienda… Y a propósito de este propósito: cuánto tenemos que aprender de la sabía madre iglesia que en la posguerra, caminando de la mano del régimen y su poder no se le ocurrió tocar la corona republicana del palacio episcopal, también respetada antes por la monarquía, sin duda porque ambas la sabían apropiada y concorde con la heráldica del tiempo político en el que fue proyectada la obra.

Fachada del instituto Celia Viñas / Sabas Alférez (Almería)

En la historia es fundamental la forma y cuidar los símbolos, honores y títulos

De la historia de este edificio es algo de lo que ya me ocupé y fue publicado por el centro en el año 2000; estas líneas de ahora van tan solo por su nacimiento, sin pugna por su paternidad, pues ni hijo de república es ni de monarquía tampoco, le debe la vida, como toda obra pública que se precie, al presupuesto general del estado. Pero en la historia es fundamental la forma y cuidar los símbolos, honores y títulos como el recibido por el Instituto Celia Viñas el pasado trece de enero con la placa de Alfonso X el Sabio; hoy sería detalle de fina correspondencia con Felipe VI, gran maestre de la orden sabioalfonsina, retornar al blasón la corona real cerrada y borbónica de su bisabuelo que fue la que pagó el pato de la pelusa y la envidia en 1931.

Pero me da a mí que no lo harán y así seguiremos… total: el magno edificio que ideó el arquitecto Rojí hace un siglo, ya no se asusta de nada estando, como está, acostumbrado a aberraciones monumentales: si hace poco encajó el ser roído por los pies para hacerle una fea rampiescalera no se va a parar ahora en un quita y pon de allá arriba, en la terraza, linde con el cielo… de dónde debería bajar la corona mural para devolver el sitio a la real originaria sin que esta desiderata persiga desempolvar las sábanas blancas de unos fantasmas que ya no asustan a nadie. Yo sólo pretendo librar al escudo del ridículo que hace al mostrarse como si el mejor de los pintores áulicos retratara a Luis XIV, tan monarca, tan francés y tan borbón, alzado sobre sus tacones para mirarnos mejor por encima del hombro, cetro en mano, el manto de seda azul sembrado de lises de oro, forrado de blanco armiño y sobre su cabeza empelucada… ¡la corona republicana!

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