Mi bombo - La Razón | Noticias de Bolivia y el Mundo

2022-08-13 13:51:26 By : Mr. Jeff Wang

Saturday 13 Aug 2022 | Actualizado a 09:51 AM

La Paz / 7 de octubre de 2020 / 08:44

Siempre quise tener un bombo legüero, aquel hecho de corteza de árbol, con cuero repujado de oveja, arito de palo blanco cantor, tientos de cuero crudo torcido y dos palitos para chacarerear. Se le dice bombo legüero porque es tan poderoso que suena a leguas. En mi infancia le saqué jugo al bombo de mi abuelo, pero nunca pude tener uno. Aquella tarde andaba vuelteandopor Cosquín, caminando la peatonal, había pasado una siesta agobiante, el atardecer se venía manso con un heladito de dulce de leche, cuando de pronto la peatonal se estremece con gente en remolinos en torno a un pajpaku que tocaba su bombo y gritaba: ¡¡remate, remate¡¡ Me acerco con mi heladito a dar una chequeada, un joven cara de buena gente, peladito, con barba rala, animoso, con acento salteño grita: ¡se remata el último bombo, único saldo de nuestros bombos “Ninguno es igual”, anímese caballero, ya comienza la puja, sobre la base 1.000 pesos  argentinos. Muevo las cejas, el cálculo es fácil, 100 bolivianos de base: “le voy a entrar”, le digo a mi compañera que sonríe. Un señor cara de jubilado porteño y una señora cuarentona pinta de profesora empiezan la puja. El jubilado grita 2.000, la profesora 2.200, la gente late, el peladito anima, da redobles, baila castañeando, me animo y digo: 2.400… Silencio, todos me miran petrificados…Vamos con 2.400 a la una, a las dos… 2.500, grita el jubilado mirándome con rabia… “Ehhh, ya no me da”, dice la profesora rascándose la cabeza. “Es para tu clase, yo te presto 100”, le dice su amiga: ¡¡2.500!!, grita la profesora, el salteño se pone feliz.

Cuento los billetes que tengo, dan 2.000. Mi compañera me dice al oído “tengo 50 dólares para prestarte”, ahhh, súper… ¡¡3.000!!, grito emputante, tácito, seguro. El jubilado trastabillea dos pasos, consulta a su esposa, “por favor un minuto”, pide nervioso, llama por celular; el salteño da más redobles de chacarera sobre el bombito color crema que busca un hogar. —¿Me lo prestas?, le solicito. —¡Claro!, responde con cara de bueno. Lo alzo, es liviano, “no es tan grave trasladarlo”, le digo a mi compañera que empieza a preocuparse. La profesora sigue su camino riéndose con la amiga, la gente espera la decisión, el jubilado cuelga el celular y dice suavito: 3.100, es lo último… Entonces como estocada final grito desde el fondo de mi alma: ¡¡3.200!!… “3.200 a la unaaaaa”, dice el pelado… “3.200 a las dosssss… 3200 a las tresssss… ¡¡se lo lleva el señor de los rulos!!, bravo, bravo”, grita el peladito tocando el bombo como llamando a una asamblea… La gente se va desconcentrando en su rumor, me acerco al salteño.

—Te estas llevando un lindo bombo, cuesta el doble, dice. Debo llevarlo hasta Bolivia. ¿Tienes un estuche? —Claro, te lo doy en 300 pesos, o sea el total da 3.500, dice en salteño. El estuche estaba bien hecho, era negro con dos orejas para poner al bombito de mochila, cuando me lo pongo en la espalda me entra el pánico, genera una joroba incómoda, no se lleva bien con la columna vertebral. Pero ya está, me digo nervioso. De reojo veo al jubilado que se va puteando, peleando con su mujer. — Bueno hermano salteño, acá tienes, son 50 dólares, cabalito…—Uyyy pero… ¿y dónde cambio esto? Acá en Cosquín nadie cambia dólares, qué hacemo?… —Mira, yo toco mañana en el escenario mayor invitado por el Dúo Coplanacu, toco dos temitas, le digo… —¿En el escenario mayor? ¿En el Atahualpa Yupanqui? No puede ser, yo soy primo de uno de los Copla… Le muestro desde mi celular el afiche donde aparecía mi fotito como invitado. —¿Y de aquí a dónde te vas?, pregunta  invitándome un mate. A Buenos Aires, tengo que tocar en el Café Vinilo… —¿En Palermo? Yo puedo llevarte el bombo hasta allí, dame lo que tengas … —Te agradezco hermano, nos veamos en 10 días, cerca del Vinilo. — Dale, en la parada del Subte más cercano… Me da su celular, nos watsapeamos, le doy un abrazo y todos mis fondos de 2.000 argentinos, mi mujer dice “eres un loquillo”.

Así fue. Diez días después nos encontramos con Víctor (así se llamaba el amigo), en la parada del subte Plaza Italia, allí estaba con su pajlita y con mi bombo bien cubierto en su estuche negro. Nos abrazamos, tomamos un mate mientras los autos pasaban como ráfaga por avenida Santa Fe. Le di el saldo, nos despedimos con afecto, comienza la caminata con la joroba embarazada hasta el dpto de un pariente. Pues sí. Este bombito ha sido fundamental en la grabación de mi nuevo disco El Papirri 60 Aque sale en físico este 15 de diciembre 2020. Su corazón le ha dado un latido profundo a varias canciones. El disco solo podrá salir si ustedes me apoyan con la adquisición del Combo Papirri, con Bs 70 compras la entrada a un concierto exclusivo para 100 personas vía YouTube, por transmisión oculta que será el 10 de octubre a las 20.00, el monto incluye el nuevo disco que se te hará entrega en diciembre. Contactos al watsap 707 64618. A pujar se dijo.

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Una reseña de Irina Soto sobre el libro de la autora peruana Gabriela Wiener Bravo, de Dum Dum Editora

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La Paz / 8 de agosto de 2022 / 13:21

Llegué a La Paz un martes a mediodía, había amenaza de paro, “los loqueadores están amenazando”, dice el joven taxista. En silencio integral bajamos la subida, la paz de La Paz desde arriba, su cielo impetuoso. “¿Va ir por la autopista?”, increpo inseguro; “es lo mejor”, responde serio el maestro. Dudando, dudando llegamos a la Montes, como con Mentisán pasamos el Prado, todo expedito, “ex-pedito”, me digo sonriendo y… ¡zaaas! Ya estamos en mi depto paceño. Cuando entro me emociono, veo la foto de mis padres casándose, me acuerdo del accidente de mi esposa. Hace dos meses que no escuchaba ese olor a guardado, abro la cortina de la sala y el Illimani me mira de reojo: está solemne sentado en sus barbas de nieve. “Permiso, jefeeee —le digo— hey llegado”. Las plantitas están secas, tengo que tomar decisiones, el depto estaba alquilado a un amigo que decidió migrar nomás, me dan pena las paredes sin los cuadros importantes, todos están encerrados en uno de los cuartos. La llamo a la señora Narda: “doña Nardita, ¿un almuercito me manda?”. “¡Ay! Qué susto me has dado, Manuelito, creí que no llegabas más. Te mando, papito”, me responde cariñosa. Tiendo mi cama que está un desastre, me recuesto y empiezo a sentir la altura en la garganta, en las sienes. Tengo mi hoja de coquita en el velador. En la tarde ensayo, debo tocar para un acto de los hermanos cubanos en la Casa Grande, es mañana, ensayo escalas y… ¡zaaas! El dolor en las sienes, decido nomas tomar la pastilla para la presión. El atardecer cae en cárdeno, las laderas se derriten en luces, ¡qué hermosa es La Paz!, me digo en plegaria. Duermo en inquietudes, me falta aire, no está seguro el repertorio.

La mañana siguiente nace repleta de sol, las laderas regalan sus frutas frescas, los autitos en miniatura dan vueltas y yo, sin saber qué cantar en el acto por la gesta del cuartel Moncada. Recuerdo la primera vez que toqué para el Moncada, era el 26 de julio de 1979. Don Pablo Ramos me llamó, “joven Monroy, me dicen los compañeros que usted nos puede ayudar con la música, somos de la Casa de Amistad boliviano-cubana”. “Claro, don Pablo”, le respondí nervioso. Y así fue. Como hoy, no sabía qué tocar. Solo que, en julio de 1979, con 18 años, no había compuesto ni media canción. Recuerdo que Silvio Rodríguez compuso algo sobre la heroica gesta del Moncada, recuerdo que toqué esa canción en el acto de don Pablo, voy a la computadora para investigar un poco más y… ¡zaaas! No tengo internet. No tener internet es más o menos como no tener gas en la garrafa, se asemeja a un corte de agua, realmente estás fuera de la nube, del planeta. Desde mi celular leo que se trata de la bella Canción del elegido, dedicada a Abel Santamaría, héroe del Moncada que fue torturado y asesinado a los 25 años. Se va armando el repertorio, no toco la guitarra hace tres meses, los dedos tropiezan, se enciman unos sobre otros, las uñas generan mucho ruido, quiero ponerme al día en un asunto de meses: tensión. Llega a almorzar un amigo que trae una jakhonta ardiente, me levanta el ánimo, “tú tocas hace 40 años, ¿cómo no vas a poder?”. “¿Me acompañas?”, imploro. “¡Claro!”, dice. “Pero los de tu Rotary Club por ahí se rayan de que vayas donde los barbudos”, le digo saboreando un ahogadito para revivir. “Nos vemos cinco y treinta en la puerta de la Casa Grande”, afirma el amigo y se va.

Hago una siesta inquieta, son las cuatro, me tomo la presión, 153/100, uy cará. Mi presión baja está muy alta… tomo la pastilla. Plancho mi camisita, me habían dicho que esté a las cinco para probar sonido, llego puntual y… no me dejan entrar. Dos motines me empujan a la mala, “espere afuera”. Entonces llegan los diplomáticos con sus ternos y carteras, sus perfumes de aeropuerto, me escabullo entre ellos con la guitarra y logro entrar al ascensor hasta el piso 21. Es un auditorio grande, pelado, sin sonido. Aparece un cuate que se hace el organizador del acto, le digo…  “¿y el sonido?”. “Ya van a traer, tranquilo, vente a esta salita”, y me encierra en un cuarto con una vista espectacular de la ciudad. Llegan unas damas con tambores, traen el programa oficial del Acto por el 69 aniversario del cuartel Moncada. Se hacen las seis, mi amigo reclama mi presencia en la puerta, le digo que es imposible bajar, que estoy a la espera de la prueba de sonido, la gente empieza a llegar a hervores, con carteles, pancartas y vivas. Se inicia el acto, el embajador de Cuba da unas palabras muy hermosas; yo escucho todo desde bambalinas, buscando al sonidista que aparece desesperado, cargando cables y micrófonos. Mientras transcurren las palabras, probamos mi guitarra suavito, ya no da tiempo para probar la voz. Habla la ministra Marianela, ahorasito, ya me toca, duelen las sienes de nuevo, sudan las manos. Entro a escena sin probar micrófono, siento un orgullo especial de seguir cantándole al Moncada, me abraza el embajador de Cuba, la ministra también, uno del público grita: “¡Cantá una del Stronguer!”, entonces emprendo con dos canciones inéditas: Canción para nuestra Alba y Cueca del mar boliviano, concluyendo con Canción del elegido de Silvio. Salgo temblando de escena, aparece mi amigo a los zancos, “¿estás bien?”. “Un poquito de agua, hermano, conseguirime”. Así fue mi breve re-torno a la escena musical. Vuelvo a Cochabamba luego de un masaje rotundo de una señora fisioterapeuta que embute su codo en mi omoplato herido de rigideces. El sábado me empieza a salir un sarpullido extraño. El domingo mi esposa dice: “Creo es Herpes Zóster”. El lunes se confirma. Es muy doloroso, tremendo, toda la espalda en llagas. Hoy, un poco mejor, decido nomás tocar en Café Efímera de La Paz este próximo 12 y 13 de agosto. Vayan pues, para hacerme el aguante. Que los espíritus superiores y la Pachamama nos ayuden. Y si saben de alguien que me haga una buena milluchada me avisan, che. Urgente es.

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La Paz / 18 de julio de 2022 / 15:06

Hace dos años me llamaron residentes paceños en Londres para hacer un concierto vía streaming por las fiestas de julio. Eran tiempos difíciles, de pandemia y golpe, canté un par de canciones, la salvadora Metafísica popular y La Paz, mi ciudad, una canción pop a la que no le dieron ni pelota. Salí vacío del ciberevento, decidiendo componer una canción para La Paz más fuerte, un huayño bailable y festivo. Había guardado las primeras ideas en una grabadora medio chinchosa, caprichosa, que a veces grababa y otras veces borraba lo grabado. Esa grabadorita de periodista Olympus resucitó hace un par de semanas gracias a mi amigo Astroboy, que se bajó un programa de rescate de audios, cosas mágicas del ciberespacio. El programa de marras rescató de la grabadora unos 300 audios que yo creía muertos, allí estaban los audios del proceso compositivo de todas las canciones de lo que iba a ser mi disco 60 A. En el medio aparecieron las ideas melódicas de la canción paceña y un audio mío con voz de brindis que decía: “los paceños cantamos un bello tango y un taquirari gozoso en las fiestas de julio, hagamos algo más nuestro, pues”. Decidí acabar esta idea que se consolidó en un huayño sicuri mestizo al estilo Música de Maestros, la letra fue brotando llena de lugares comunes. Saqué del texto la palabra “antiimperialista” para no restringir a los escuchas, pero sabiendo en mi decoro íntimo que la revolución del 16 de julio de 1809 fue una revolución antiimperialista de verdad, una toma del poder de los mestizos paceños que se sentían relegados por los gachupines y familias. Murillo tomó el poder, sacó a los españoles de los cargos de mando y puso un gabinete de ch’ukutas valientes: La Paz fue territorio libre del imperio español. Aquella heroica sublevación duró pocos meses, en enero asesinaban a la mayoría de los revolucionarios, pero la gesta fue el espaldarazo para los 15 años de guerrilla americana que se venían.

El asunto es que hace 15 días acabé el huayño, lo llamé a mi amigo Luis Soria, ingeniero de sonido de Soria Records de Cochabamba, un estudio profesional donde grabé la canción Ch’utis del mencionado disco. “Quiero salir de un bajón familiar tremendo, hermano, grabemos la guitarra y voz de esta nueva canción para sentir la música de nuevo”, le dije inseguro. Al día siguiente me fui al estudio a grabar esa base, Luis me dijo “es mi cariño, no me pagues”, inaugurando esta canción repleta de solidaridad y amistad. Mandé a mi amigo músico paceño Mauricio Segalez la toma base, Mauricio ch’alló su Mental Studio de la ciudad de El Alto con  una sesión maratónica, pues se fueron sumando varios músicos y músicas. Grabaron en aquella sesión el cantautor David Portillo con su hermosa voz; Daniela Pabón, dulce voz femenina; luego se sumaron los tremendos sicus de Fernando y Kicho Jiménez y la guitarra eléctrica de Bilo Viscarra de Los Bolitas. La cantante y compositora Isadorian mandó la toma de su interesante voz desde su home studio de Obrajes, el virtuoso percusionista Iván Guzmán puso percusiones desde su home studio de Sopocachi, la violinista Liz Loayza aportó con su violín y voz también desde su estudio personal de Següencoma, Ariel Choque puso su charango intercultural desde su estudio de Villa Copacabana; así poco a poco se fue armando este ch’enko paceño que decidió llamarse Ch’ukuta Valiente. La cellista Roxana Tórrez, además esposa de Segalez, le dio un toque especial, el gran pianista y compositor Heber Peredo mandó, sobre el filo, una toma desde su estudio de Aranjuez.

En cuanto al nombre, el significado de ch’ukuta lo tenía en duda, solo recordaba que mi padre solía decir: “soy paceño, ch’ukuta y pico verde”. Le consulté a un amigo aymarólogo, que me contestó: “ch’ukuta, literalmente, cosido. Parece que se trataba de una vestimenta que el paceño originario cosía en sus tobillos. Se aplica tanto a hombre como a mujer”. Así de difuso el asunto. Hoy decido quedarme con la acción del verbo que remite a coser en el sentido de unir, pues eso es La Paz, un territorio que une y cose de manera generosa, a veces silenciosa, siempre integradora a todos los bolivianos y residentes en Bolivia. En cuanto a “pico verde”, leí un debate en redes entre dos señores: uno decía que se refiere al verde del pijcho de coca en la boca, en el pico del paceño. El otro decía: “no es así, se refiere a las primeras botellas de la cervecería boliviana, unas botellas verdes, le cascaremos unas verdes decíamos, bachilleres”. Hoy me quedo con el asunto del pijchar, pues soy —desde hace una década— un masticador de coca militante y puntual, un pico verde de verdad. Así, saliendo del bajón, llenando mi cabeza otra vez de música y versos, nació esta canción simple, “tal vez demasiado simple”, según ironizó mi sobrina la intelectual. Fue un hermoso pretexto para volver a la guitarra, a las grabaciones, al compartir música. Nadies cobró un peso, nadies financió el tema, todo fue solidario y colectivo. Eso sí, Segalez tuvo que cargar la parte más dura de editar y mezclar diferentes calidades de audio, además de tocar bajo y cantar. Yuspagara, Mau. Un gracias a Lalo Lanza de Taparaco Arte Video, que se une cosiendo este bello tejido de paceñidad con un video para las redes. Cuatro damas y ocho hombres, mú[email protected] todes paceñes, le regalamos este 2022 a La Paz, nuestra ciudad, esta música con todo amor: Chuquiago Marka, Jallalla. ¡Que viva mi La Paz!

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La Paz / 4 de julio de 2022 / 14:19

Cuando el presente está un poco triste y el futuro no existe, nada mejor que recordar. Qué será de la vida de mi amigo Yotsugi san… Lo conocí en 1990, en la isla de Kyushu, al sur de Japón. Yo vivía en Fukuoka, una ciudad pujante, al frente de Seúl. No conocía a nadies, no entendía el idioma, estaba a punto de colgar los cachos y retornar a Bolivia. Fueron los espíritus superiores los que mandaron a Yotsugi san a tocar el timbre de nuestro departamento. Abrí la puerta y me asusté, era un japonés corpulento que traía un LP vinilo que decía en la tapa “Bolivia”.

—¿Sumimasen, anata wa deska?— me preguntó en urgencias, agachándose tres veces y señalando la tapa del vinilo con un dedo.

—Nihongo wakarimasen— respondí, diciendo “no entiendo” y acercándome en miopía a la tapa del disco.

Era un disco boliviano, encabezaba el LP Zulma Yugar, luego Savia Andina, Los Kjarkas, Enriqueta Ulloa, Grupo Proyección, y al final estaba yo, con mi canción Hoy es Domingo, se trataba de una compilación que desconocía, todos pertenecíamos al mismo sello discográfico.

— Jai, watashi desu— le respondí en positivo, señalando con el índice la punta de mi nariz.

Y se lanzó a mis pies…

— ¡Sensei! ¡sensei! Monloy san, sensei desu— decía desesperado mientras abrazaba mis pies de maestro.

Me costó mucho incorporarlo, no quería mirarme a los ojos. Ya incorporado le dije que pasara, se sacó las botas rudas, no quería ingresar a la pequeña sala. “Sensei, sugooy”, seguía repitiendo como en oración. Lo invité de nuevo, ingresó con medias y de puntitas a la sala con piso de tatami, yo ya estaba un par de meses tratando de salir adelante en Fukuoka y sabía que haciendo reverencias todo iba bien.

—¿Kono LP, itsu Monloi san jiquimaska?— preguntó, tartamudeando, cuándo había grabado ese disco.

Ahí nació un diálogo con señas, mezclado con palabras en inglés. Yotsugi san traía un diccionario japonés-español que consultaba nervioso, con gran expresión teatral se inició aquella amistad musical.

Al otro día Yotsugi san trajo una guitarra Ovation, electroacústica, maravillosa, estaba de moda en EEUU y Europa, le entendí que quería que yo le enseñara a tocar.

—Domínguez, onegaishimasu— repetía.

 En la época yo no tocaba nada de Alfredo. Pero Yotsugi traía un casete con piezas del guitarrista tupiceño. Fue allí que conocí Por tu senda y la saqué de oreja para enseñarle a mi primer alumno nipón. Luego esa pieza inició mis conciertos durante 15 años. Yotsugi san venía lunes y jueves y se quedaba de 4 a 6 de la tarde. Venía después de su trabajo que, entendí, era de técnico de cables de luz. Gracias a aquel amigo pude ir aprendiendo algo de japonés. Su obsesión era aprender a tocar la chacarera y aplicar este ritmo a algunos temas de Ernesto Cavour. Y yo sí que sabía tocar el ritmo, todos los veranos de mi infancia me había vestido de chacarera en el patio de mi abuelo Andrés.

Gracias a Yotsugi san empezaron a salir tocadas, él averiguó que había un curso de japonés en el Ryo Gakusei Kaikan, el edificio de estudiantes extranjeros donde vivíamos; escolar, me fui a aprender con las esposas de los becarios, todas africanas y chinas. Con el amigo fuimos armando un repertorio de 45 minutos a su gusto que luego yo estudiaba en la mañana, aquel repertorio incluía 20 minutos de piezas instrumentales latinoamericanas para guitarra y algunos hits latinos. Gracias a los casetes de Yotsugi saqué al oído el tango Adiós Nonino de Astor Piazzolla, él me trajo fotocopias de las partituras de los valses venezolanos de Antonio Lauro, de Danza Característica del cubano Leo Broawer, del Choros Nro.1 de Heitor Villa-Lobos, aún no existía el internet. Al oído y con gran esfuerzo trabajamos alguna bossa nova. Le encantaba mi manera de pulsar la rítmica de la mano derecha en la bossa, mi versión de Corcovado lo hacía vibrar. Escuchaba con los ojos cerrados lo que yo tocaba, luego le pasaba la guitarra y él trataba de imitarme. En seis meses Yotsugi san logró interpretar algunas de esas piezas, pero con la chacarera nada, che. En su auto fuimos hasta la ciudad de Kita Kyushu, a unas cuatro horas de donde yo vivía, a participar en mi primer concierto público japonés, en el Teatro Municipal de esa ciudad. Entendí que era un concierto de despedida a un japonés que se iba a Bolivia a estudiar charango, el Teatro de unas 400 butacas estaba lleno. Toqué aquel repertorio de 45 minutos que Yotsugi escogió, inicié con los temas en guitarra, luego tres bossas tocadas y cantadas, más dos boleros de Los Panchos, siguiendo con Hana no matsuri (El Humahuaqueño) y una morenada en japonés que Yotsugi san me ayudó a traducir y que decía así: “Jora, jora, odore, kio wa mastsuri/ Andes no Jaru/ Te bioshi ta ta ta/ Ashi bioshi ta ta ta / tanoshimashoo”. O sea: “Morenada cantaré, morenada bailaré con alegría/ con las manos ta ta ta /con los tacos ta ta ta/ Viva la fiesta”. Éxito total, ovación nipona. La segunda parte entró a escena el grupo de Yotsugi, se llamaban “Los ubanquiacas”, nunca supe que significaba aquel nombre, tocaban éxitos de música andina envueltos en ponchos de Tarabuco. Al final, ingresó a escena el japonés viajante tocando dos solos de charango, ¡además de konkhota!

Luego de un año de clases, Yotsugi se fue a trabajar a Tokio y no lo vi más. Mi recuerdo más querido para Yotsugi san, aquel amigo que hace 30 años me sacó de una soledad asiática muy parecida a esta actual cochabambina. No pude ubicarlo en el feis porque nunca supe su apellido, él decidió presentarse con su nombre, al estilo latino. O sea, es como si se llamara “Juan san” y buscaras un Juan en el feis. Grave, che.

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El escritor Rodrigo Urquiola escribe sobre su viaje por el cuento hasta su más reciente libro, ‘Ayer el fuego’

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La Paz / 19 de junio de 2022 / 23:12

Hace tiempo que me persigue una ideíta, una intuición, y como soy un metiche, se las cuento. Sabemos muy poco sobre nosotros. No me refiero a los especialistas, a los historiadores, a los antropólogos y cientos de “ociólogos”; es posible que ellos sepan sobre nosotros, sobre Bolivia, tal vez discuten entre ellitos nomás, en simposios y publicaciones especializadas con traducciones al inglés. Pero… ¿y nosotros? ¿Y el que camina en minibús? ¿Y el público teleférico? ¿Y nuestros escolares? ¿Saben quién fue, por ejemplo, Juan Wallparrimachi, el poeta y guerrillero antiimperialista quechua? Tal vez sepan algún cliché, con retrato de dudosa procedencia, info congelada en los manuales de historia al estilo almanaque Bristol. Pero: ¿los niños bolivianos sienten en su corazón, en su sentipensante, a Juan Wallparrimachi Mayta?

Juan muere en combate alcanzado por un tiro de arcabuz nada menos que el 7 de agosto de 1814, guerreando contra el imperialismo español en la batalla de Las Carretas. Este joven hipersensible, intenso, poeta quechua, agarra las armas originarias y pelea en los ejércitos libertarios. ¿Libertarios de quién? Del imperialismo español pues… que nos tenía a todos los mestizos e indígenas jodidos, marginados, esclavizados, exiliados en nuestra propia tierra, al decir de la proclama paceña, subversiva, insurrecta del 16 de julio de 1809.

El poeta y guerrillero quechua murió a los 21 años de edad. Se sabe que nació el 24 de julio de 1793. ¿No sería hermoso tener una narrativa corta, pedagógica/difusora, pero con buen músculo y sostén histórico sobre este joven valiente quechua? Sería sublime invertir desde el estado en productos artísticos que hagan llegar a nuestras almas populares la vida de hombres y mujeres que forjaron la bolivianidad. Novelas, poemas, dramaturgia, películas, video redes, canciones que logren un tatuaje de bolivianidad en el alma del pueblo, una estrategia anual que construya en goteo vital el ajayu de la patria. No tenemos, intuyo, una narrativa compacta de la bolivianidad, considerándola como el concepto cualitativo, dinámico y continuo que condensa lo mejor de Bolivia, el sumun de Patria, las vanguardias y sus subversiones. Identidad tenemos… y mucha. Harto chicharrón hay. Alguna vez la identidad fue revolucionaria, el Gran Poder es “reconocido” recién como hecho cultural a partir de 1970. Sin embargo, las identidades, intuyo, se van con el tiempo vaciando en postales de imparcialidad si no se licúan en constancia hacia el sumun cualitativo que cuaje en la bolivianidad, sentimiento y pensamiento que genera una sana y dinámica autoestima popular, un orgullo verdadero y profundo de ser bolivianos, de pertenecer a la patria de Wallparrimachi.

Parece que durante todo el siglo XIX los intelectuales y artistas bolivianos que debían generar bolivianidad estaban con la cabeza en Europa, colo-nizados. Con algunas excepciones: la pirotécnica de la bolivianidad. Estas excepciones son las que deberíamos valorar y visibilizar, pues creo que todos ellos y ellas se jugaron la vida por una Bolivia con autodeterminación, siempre insurrecta, rebelde, humanista, progresista, igualitaria, que lucha contra racismos, terratenientes, imperios, vengan de donde vengan.

Juan Wallparrimachi Mayta merece ser recordado, renovado, sentido, apropiado, recitado, amado por los niños y jóvenes bolivianos. Se dice que solo quedan 12 poemas en quechua de su autoría. Hay traducciones al español. Sin embargo, hay una ausencia bibliográfica y biográfica que invisibiliza a los Wallparrimachi, a nuestros hitos de la bolivianidad. Pensando en los productos artísticos en torno al hito, parece que hay una trama, una bella historia de amor en la vida de Juan, ideal para motivar cuentos, novelas, hacer guiones, teatro, componer canciones. El joven rebelde decía en un poema: Solo en ti pienso/ a ti te busco/ si estoy despierto. Parece que Juan estaba enamorado de Vicenta, una joven mestiza entregada a la fuerza en matrimonio a un viejo andaluz. Juan y Vicenta se amaron profundamente, Juan murió en la guerrilla, Vicenta murió por amor al guerrillero en total soledad: fue expulsada de su casa, de su territorio y enviada como monja a Arequipa hasta el fin de sus días. Le decía Juan a Vicenta: ¿Cómo pudiera hacer/para peinar con peine de oro/ tu negra y encantada cabellera/ y ver cómo ella ondula alrededor de tu cuello? En quechua: ¿Imaynallatan atiyman /yana sh’illu chujchaykita/ Qori ñajcha awan ñajchaspa/ kunkaypi pujllachiyta?

Acabo de echarme una siestita, soñé que una autoridad decía: nuestro consejo de la bolivianidad, consejo multidisciplinario, ha resuelto que el año 2023 sea declarado el Año de Juan Wallparrimachi Mayta. Soñé que se instruía a los ministerios involucrados recabar la mayor información posible y generar una sustentada narrativa sobre nuestro héroe nacido en Chayanta, para su difusión inmediata. Soñé que yo le hacía una canción a Juan para una serie que sostiene el Estado Plurinacional con el objetivo de enriquecer y difundir en todas las unidades educativas el ajayu patrio y la bolivianidad. Soñé con un niño alteño recitando los 12 poemas de Juan Wallparrimachi, joven guerrillero antiimperialista, comandante de las tropas de Manuel Ascencio Padilla, que agarraba a warak’azos a la antipatria. Soñé que ese consejo proponía que 2024 sea declarado el Año de Gualberto Villarroel, quien fuera asesinado por la antipatria, colgado de un farol por querer hacer realidad la abolición de la esclavitud indígena; soñé que se inauguraba un museo vivo en su honor, en su tierra, Punata. Soñé que 2025 fue declarado Año de Juana Azurduy, la guerrillera heroica. Soñé que la bolivianidad existía, latía diariamente en los corazones de nuestra gente. Solo es un sueño, una ideíta, por metiche nomás. Hey dicho.

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Por Pedro Susz K. / 25 de julio de 2022

La Paz / 6 de junio de 2022 / 10:21

Ahora que todo está oscuro y triste me agarro de una luz siempre viva: Silvio Rodríguez. Escucho su primer disco oficial, el hermoso Días y flores, es del año 1975, son 11 canciones, 44 minutos sagrados, disco grabado en la histórica EGREM con arreglos del pianista Frank Fernández. Es de esos discos en que cada canción es una joya, me remite al destierro mexicano tras el narcogolpe de García Meza. Sin embargo, el disco en versión casete lo conocí en 1979, era objeto prohibido, regalo de un hermano del alma, Iván Nogales; me había visto debutar como cantautor en el Paraninfo de la UMSA, Iván era un colegial, me abrazó y regaló aquel casete que transmutó mi vida musical. Hoy me interesa ponderar los inicios de este genial cantautor cubano.

Cuando estalla la Revolución Cubana, Silvio tenía 12 años, era un niño migrante interno, su padre había decidido trasladar a la familia Rodríguez Domínguez del natal San Antonio hasta La Habana y cambiar de oficio, de campesino a carpintero-tapicero. “Es diferente ser un niño pobre de la ciudad que un niño pobre del campo”, dice Silvio, en una entrevista nutritiva con el periodista argentino Fena Maggiora. Cuenta en la misma entrevista que cuando la revolución nacía, la familia escuchaba en la clandestinidad Radio Rebelde y que jugaba con sus amigos a los soldaditos, los con casco eran los gringos, los con sombrero los nuestros. “Así conocí al Che en esos soldaditos, antes de conocerlo de verdad”, recuerda. A los 14 años, Silvio se va al monte a alfabetizar, era 1961, año de la educación popular, Fidel les pide a los adolescentes y jóvenes cubanos dar un año de su escuela y alfabetizar a todo cubano vivo. Ahí lo tenías a Silvio, niño/ adolescente montado en una mulita, con su boina calada, yendo a alfabetizar como parte de los 100.000 jóvenes integrantes de las Brigadas de Alfabetización Conrado Benítez, hacia las montañas del Escambray, era la primera vez que salía de casa. Y todo un año lectivo. Esta experiencia le marcaría el alma, alfabetizar en una choza a una familia campesina muy pobre comiendo arroz y manteca… y mangos. Al final del año, con la misión cumplida, es hermosa la toma de estos niños/jóvenes cubanos marchando orgullosos por La Habana. En vez de fusil, un lápiz gigante: Cuba era declarada territorio libre de analfabetismo en dos años de revolución.

En 1962, con 15 años, mientras hace la escuela, decide paralelamente trabajar como dibujante y caricaturista en el periódico Mella, tiene como maestro al gran dibujante Virgilio Martínez. En 1964 debe incorporarse al servicio militar obligatorio, tres años de cuartel, época dura, los gringos amenazaban con invadir Cuba a cada rato. Es en el cuartel que conoce la guitarra, compone sus primeras canciones, le da duro a la lectura, conoce a Vallejo, a Hemingway, a Conrad: lee, toca, dibuja, compone mientras hace su preparación en las armas. Este encontronazo con el instrumento gesta al gran compositor que este año cumple 76 años y tocará en México el próximo junio. “Aquellas primeras canciones se me habían aparecido para entretenerme en las interminables noches de campamento y para mi sorpresa distraían también a mis compañeros”, cuenta en el libro Canciones del mar. Me encantaría escuchar esas primeras canciones de Silvio ingresando al dígito dos, sobre todo el bolero Saudade y La cascada, ambas dedicadas al primer amor.

Terminando el cuartel, en 1967-68, Silvio sorprende: es conductor de un programa de Tv-Cuba de nombre Mientras tanto, conduce y canta aquellas primeras canciones. La gran cantante Omara Portuondo es entrevistada por Silvio en ese programa y conoce La era está pariendo un corazón, que graba de inmediato en un disco. El Che había caído en Bolivia, nacía Fusil contra fusil. Pero lo sacan del programa de Tv… al respecto se maneja una leyenda que dice que fue porque expresó al aire y en vivo que le gustaban Los Beatles. Lo cierto es que fue un combo de cosas que pasaron. Silvio no quería obedecer guiones, no deseaba cortarse el pelo ni ponerse smoking para conducir, era un rebelde de verdad, los burócratas comunistas no sabían qué hacer con él. Entonces decide volver a la aventura, en septiembre de 1969 resuelve enrolarse en el motopesquero Playa Girón, tenía 22 años, era uno de los 100 jóvenes cubanos que tenían la misión de traer pescado a la isla y cambiar la costumbre alimenticia cubana, pues no se comía pescado. Fue en alta mar, en 125 días de navegación, en su camarote de pescador, que inventó 62 canciones, un promedio de ¡dos canciones por día! Gracias a su amigo Francisco León, lleva una grabadora a casete y tres cintas de 90 minutos, allí las grababa. Es una gran sorpresa para mí que la hermosa canción Ojalá haya sido compuesta en aquel barco pesquero, en el texto Canciones del mar se puede ver que fue compuesta el 23 de diciembre de 1969, es la número 43 de las 62. Debo partirme en dos, Resumen de noticias, El rey de las flores, Al final de este viaje son también compuestas en aquel barco. La bella Playa Girón, compuesta en alta mar el 30 de octubre de 1969, es la única que ingresa en el disco Días y flores, disco que sería grabado en 1974 entre los afanes formativos del Grupo de Experimentación Sonora que coordinaba el genial compositor cubano Leo Brouwer. Días y flores fue censurado por el franquismo en España y en Chile por el pinochetismo, sin embargo, se dio formas de salir, las canciones Santiago de Chile, Playa Girón y la propia Días y flores fueron censuradas y suplantadas por otras canciones. Cosas de los sellos discográficos. Hasta aquí mi primer Silvio. 

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